Ha muerto hace unos días,
THÉODORO FRANCOS. Publicamos a continuación, un sencillo obituario redactado
por el compañero Aitor Fernández, ciertamente tristes e indignados por el
lamentable hecho, de casi ningún medio de comunicación, ha reseñado la noticia.
Théo Francos, brigadista frances y combatiente antifascista, que llegó a sufrir
hasta un fusilamiento y participó en las misiones antifascistas más heroicas,
murió en Bayona (Francia) hace unos días. La ASOCIACIÓN PARA LA RECUPERACIÓN DE LA
MEMORIA HISTÓRICA DE EXTREMADURA. (ARMHEX), lamenta profundamente el
fallecimiento de este gran luchador, sobre todo porque poco a poco por
cuestiones biológicas, van desapareciendo estos protagonistas de nuestra
historia silenciada durante tanto tiempo, sin un público y completo homenaje,
de toda la sociedad española.
Hasta siempre, Théo.
Hijo de trabajadores españoles emigrados a Francia, vivió siempre en
Bayona. Militante comunista desde los 16 años. Al comienzo de la guerra viajó a
Madrid para luchar con el 5º Regimiento y, más tarde, con la XI Brigada
Internacional, donde ejerció de comisario político. Al retirarse las Brigadas
Internacionales, continúo la lucha en el Ejército republicano y fue hecho
prisionero. Fue a parar al campo de concentración de Miranda de Ebro. En 1940
logró salir del país y se unió a los aliados como paracaidista. Intervino en
las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. En Holanda fue capturado
y fusilado sin éxito. Tuvo hasta su muerte una bala alojada en el cuerpo, junto
al corazón. Siempre fue un antifascista.
Para mí Théo Francos (1914-2012)
ha muerto tres veces. La primera vez, el día que lo fusilaron y milagrosamente
sobrevivió. La segunda, hace dos días, a sus 98 años en su casa de Baiona. La
tercera ha sido hoy, cuando he podido comprobar que su muerte no aparece en
ningún medio español.
Por AITOR FERNÁNDEZ.
En vista de que ni un jodido
medio español se ha dignado a escribir cuatro líneas por tu muerte, Théo, me
pongo a escribirlas yo, una persona sin apenas formación de redactor
periodístico, pero a la que la rabia en el corazón le sigue moviendo a hacer
muchas cosas, esta vez por la impotencia de comprender que, en realidad, a nadie le importa cuántas
veces arriesgaras tu vida por defender la causa antifascista, y digo causa
porque defendiste la causa, la humanidad, por encima de nacionalidades y
banderas. Yo te conocí y pude abrazarte, aunque quizá al salir de la ciudad no
te acordaras ya nunca más de mí, pues tu memoria estaba completamente
desdibujada, lo que no me impidió ser testigo de tu grandeza.
Théo Francos en 1937
A lo que voy. Desde que conocí tu
historia, Théo (contada por primero por la ARMH y leída luego por los textos de
Sofía Moro) quise conocerte, pero fue dos años después cuando tuve la
oportunidad. El verano pasado viajé a Baiona, en el penúltimo viaje del
proyecto “Vencidxs”, para descubrir en ti a un hombre mucho más pequeño de lo
que había visto en las fotos y vídeos, mermado por la vejez y la memoria, pero
aún así excepcional y humano. Un idealista de verdad, que vino a luchar a
España para derrocar el fascismo, aunque el Partido Comunista te lo impidiera,
con muchos más voluntarios que se llamaron las Brigadas Internacionales. “¿Cuál
es la razón del fascismo, Théo?” “Es la explotación -a pesar de todo tenías
momentos de lucidez), a mi padre en Valladolid le hacían trabajar toda la noche
con un trozo de pan y de cebolla.” Supongo que a eso querrían que volviéramos,
y supongo que por eso tú no sales en los medios hoy.
El miedo nunca se separó de ti.
Pero eso no te impidió hacer grandes cosas. Me dijiste que “a veces te
despertabas por la noche y llorabas como un chaval”, supongo que recordando lo
que te parecería el fin del mundo, o más bien, el fin de la humanidad, cuando
te enterraban hasta la cintura para torturarte, en el campo de concentración de
Miranda de Ebro, dándote latigazos a pleno sol y teniéndote así días enteros.
“A veces pienso cómo pude aguantar tanto. La gente, desde fuera del campo, me
tiraba comida o agua, que mis compañeros me daban cuando podían.” Eso fue la
represalia por haberte fugado del campo. Por las alcantarillas. Porque las
Brigadas se habían ido, pero tú te quedaste para seguir luchando, incluso
cuando todo estaba perdido. “Eran los mismos presos los que construíamos el
campo –me contaste de forma dispersa- pero no nuestros barracones, nosotros
dormíamos a la intemperie. Construíamos para los soldados, incluso les hicimos
una piscina” Y mientras, seguían exterminando a tus compañeros.
Cuando te liberaron pensabas que
volvías a casa a descansar. Pero al llegar viste Baiona tomada por los nazis.
“Me escapé en el puente, vi a mi madre de lejos, pero no me pude despedir de
ella.” Porque entonces comenzó una nueva odisea para ti, aunque en realidad era
la misma: seguir combatiendo el fascismo. Te alistaste como paracaidista en el
ejército inglés y en la nueva guerra te esperaban las experiencias más duras de
tu vida. Tuviste que matar a un compañero gravemente herido, que no tenía el
coraje suficiente para tomarse la pastilla de cianuro que llevábais. En otra
misión, al saltar, tu paracaídas quedó atrapado en el ala del avión: “Lo corté
con el cuchillo como pude, y llegué bien a tierra. Me descontaron el coste del
paracaídas del sueldo del mes.” Pero creo que lo peor fue cuando te fusilaron.
A mí me parecía increíble. Viviste un fusilamiento, y por ello llevaste alojada
una bala a unos centímetros del corazón toda tu vida. Te pregunté qué pensabas
en esos momentos: “No sabes lo que está pasando, si es verdad o no. A veces te
herían para que sufrieras antes de morir.” Pero tú no moriste, y te salvaron al
día siguiente una pareja de campesinos de la resistencia.
Pero también conociste la bondad
humana, como aquellos campesinos, o los ferroviarios que te tiraban comida, o
las muchachas que te escondieron en el granero: “Especialmente me quedaba
impresionado por la solidaridad de las mujeres, salvé mi vida muchas veces
gracias a ellas.” Mujeres idealistas y valientes. En Stalingrado te adentraste
30km en las líneas enemigas con una muchacha rusa de 19 años para volar puentes
e impedir el avance nazi. La reencontraste setenta años después, ella tenía
noventa y tu hijo le decía que no te apretara tan fuerte, que te iba a matar
del abrazo.
Y así ha sido tu vida, Théo. Me
hablaste lentamente de tu bisnieto, perdido en una amalgama de recuerdos que te
costaba ordenar. “Papi, tienes que llegar a los 100″, te decía. Quizá
disfrutabas de él porque no podías haberlo hecho con tu hija, a la que conociste
con 20 años por todo lo que tuviste que trabajar: “Al principio nadie me daba
trabajo, así que tuve que viajar y trabajar fuera, ocupando más de treinta
puestos de trabajo diferentes.” Me imagino que moriste en paz, aunque algo
apenado porque veías el fascismo “volviendo a levantar cabeza”. Espero no tener
que vivir las terribles experiencias que tú tuviste que vivir.
Conclusión. Y después de todo
¿para qué? -como me dijo también Concha Carretero- Toda esa gente que fue
asesinada, que defendió la libertad de generaciones que ni conocerían después,
que ha pagado con su juventud y con su vida todos y cada uno de los derechos
que ahora tenemos y que estamos dejando perder uno a uno. ¿Para qué? Para que
ningún medio dedique un par de líneas a tu muerte. Ni Rajoy, ni la selección
española de fútbol, ni la prima de riesgo merecen la mitad del espacio que
debieras de ocupar en los medios. Así que, habiéndolo escrito más mal que bien
por lo que te pido perdón, primero por no poder dedicarte todo el tiempo que te
mereces, y segundo, avergonzado, porque no es éste el medio principal donde tu
muerte debiera figurar. Un general español una vez te preguntó: “¿Tú no tienes
madre? Porque no es normal que una persona realice tantas misiones” “Sí, señor,
la tengo, lo hago por convicción” Te contestó muy seguro de sí mismo: “Pues
quédate conmigo, porque por lo menos salvarás tu vida. Cuando acabe la guerra,
no te van a agradecer nada.” Y era verdad.
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