DE NOMBRES Y NÚMEROS. LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN
VILLAFRANCA.
Francisco Espinosa Maestre
Historiador.
La obsesión por las cifras
El franquismo siempre tuvo claro que
el debate sobre la represión nunca debía de salir del ámbito numérico. Su
objetivo siempre fue minimizar la represión propia y magnificar la ajena. En
este sentido el propio Franco, en plena guerra, llegó a decir públicamente barbaridades
tales como que los rojos habían
acabado con la vida de 470.000 personas. No sabemos qué cara puso cuando poco
después el Ministerio de Justicia, basándose en ese gran proceso abierto a la
República que se llamó Causa General, rebajó la cifra a 85.940. Por su parte
estudiosos extranjeros como Hugh Thomas o Gabriel Jackson aportaron, ya en los
años sesenta, otras cifras aproximadas que permitieron un acercamiento más real
al problema. Lo que pasaba es que estos libros, en general publicados en París
por Ruedo Ibérico, estaban prohibidos en España. La dictadura previó con razón lo
que ocurriría con su fin: su gran secreto, la matanza fundacional, se abriría
inevitablemente a la investigación y se perdería el control sobre una cuestión
tan sensible y clave. Quizás por eso poco después de morir el dictador vio la
luz una obra titulada Pérdidas de guerra,
del general Ramón Salas Larrazábal. Este bajaba un poco más la cifra de las
víctimas causadas por los rojos,
72.337, pero por primera vez admitía que los franquistas habían acabado con la
vida de 57.808 personas. Se trataba de que lo fundamental de la leyenda
permaneciera, aunque ya un poco adaptada al que sería el mensaje de la
transición: todos fueron iguales, pero
los peores los rojos. Por el mismo tiempo en que el general publicaba este
libro, en 1977, daba comienzo un proceso de investigación, que aún hoy dura y
que ha dado la vuelta a toda la propaganda que venía de la dictadura.
La gran diferencia con lo anterior
es que a partir de la transición el debate no
tomó por base las cifras sino los nombres y apellidos de las víctimas.
La primera fuente fueron los Libros de Defunciones de los Registros Civiles. En
las zonas de España en las que, por ser ocupadas a partir de los primeros meses
de 1937, la represión se canalizó por los consejos de guerra esta documentación
resultaba primordial, ya que el último requisito en casos de pena de muerte era
el envío de un oficio al Juzgado comunicando el hecho. Sin embargo en los
territorios donde triunfó el golpe en poco tiempo y se funcionó a base de los
ilegales bandos de guerra no se comunicó nada a juzgado alguno, sino que,
pasada la etapa más dura de la represión y dados los múltiples problemas
burocráticos que la situación había creado, se abrió una puerta falsa (el
decreto 67 de 10 de noviembre de 1936) para que los familiares, tras superar un
montón de requisitos, pudieran inscribir a sus muertos. La casuística es muy
amplia. Hubo pueblos donde alguna autoridad ordenó la inscripción en bloque de
todas o la mayor parte de las personas asesinadas (lo que no siempre se
comunicó a los familiares) y
hubo otros, la mayoría, entre los que podía citarse Villafranca, en que el
proceso de inscripción se prolongó durante décadas sin llegar nunca a completarse.
En cualquier caso, con todas sus
limitaciones, la información procedente de los Registros es muy importante y
constituye la base de cualquier investigación sobre la represión. En el caso de
Villafranca llegaron a inscribirse desde entonces hasta finales de los años
ochenta 234 personas. Por lo investigado, el nivel de ocultación, es decir, el
porcentaje de no inscritos, es similar al de otros pueblos de la misma entidad
en que el proceso de inscripción se produjo de forma parecida. Fueron esos 234
nombres, más los doce ejecutados
posteriormente en Badajoz (11) y Mérida (1) tras pasar por consejo de guerra, más
varios casos de personas asesinadas en pueblos de Badajoz y algún otro
procedente de testimonio oral, en total unos 250 casos, los que incluí en La columna de la muerte (Crítica, 2003).
Recientemente,
con motivo de la publicación de mi trabajo Masacre.
La represión franquista en Villafranca de los Barros (1936-1945) (Aconcagua,
2011) este listado de nombres y apellidos se amplió en unos veinte casos más.
Esto fue posible gracias al intercambio de información y a la colaboración con
la periodista María del Espino Núñez, cuyo trabajo Entrañas de una guerra (Edición de la Autora, 2011), con
entrevistas a gente que de un modo u otro quedaron marcados por aquellos
hechos, vio la luz al mismo tiempo que el mío. El capítulo dedicado a la
maestra doña Catalina Rivera Recio, asesinada y condenada al olvido más
absoluto, constituye la mejor prueba de esa colaboración. Quiere decir esto que
hasta abril de 2011, en que se presentaron ambos libros en la Casa de la
Cultura, el número de víctimas con nombre y apellidos estaba en torno a las
270.
A fines de ese año 2011 se publicó
la obra póstuma de José Antonio Soler De
entre los pliegues de la memoria (Edición del Autor, 2011), un recorrido
por la historia de Villafranca desde la República al final del primer
franquismo pasando por el golpe militar. Respecto al tema que nos ocupa hay que
destacar su aportación fundamentalmente en lo referente a los fondos
municipales, que por diferentes conceptos (quintas, cementerio, exhumaciones,
etc.) le permitieron aportar 48 casos antes no conocidos (según su
clasificación, 20 del Archivo Municipal, 19 de Exhumaciones y 9 de Cementerio).
Además, basándose en testimonios orales,
ofreció 7 nombres nuevos (los demás ya se conocían), con lo que tendríamos 55,
que más dos del Registro Civil antes no contabilizados darían un total de 57
nombres. Otros casos incluidos en el listado de Soler deben ser puestos en
cuarentena cuando no eliminados. Serían, aparte de nombres que parecen
repetidos,
los datos proporcionados por la Asociación Memoria Histórica de Extremadura,
por el libro de Gutiérrez Casalá o los
que quedan fuera del objeto de estudio. En
total serían 63. Dicho esto hay que añadir de inmediato que lo importante es
destacar la aportación de esos 57 nombres. De hecho, todos los que hemos
investigado estas cuestiones no solo hemos tenido alguna vez errores semejantes
sino que somos plenamente conscientes de la cantidad de dificultades objetivas que
presentan, dada la voluntad de ocultar la matanza que caracterizó a la
dictadura y el lamentable estado de las fuentes documentales, a algunas de las
cuales aún no hemos podido acceder. En conclusión, sumados todos los nombres y
apellidos que la investigación viene proporcionando desde 2003, podemos contar
con un listado de unas 330 personas, de las que 42 eran mujeres (casi el 13%),
una cantidad altísima, de las mayores de la provincia e incluso del suroeste,
que prueba el grado de deshumanización y barbarie de la oligarquía local.
Así pues, de las cifras hemos pasado
a los nombres y el resultado, por ahora, es este. Sin embargo el recurso (uso y
abuso) a las cifras, mientras más altas mejor, no cesa. Podríamos poner
ejemplos recientes y cercanos. De Badajoz se han llegado a dar cifras fabulosas
que van de las 5.000 a las 15.000. Sin embargo los registros civiles nos
ofrecen unos 1.400 nombres y proyecciones razonables nos llevarían a una cifra
superior a las tres mil víctimas. También
en Mérida hay quien, sin pensarlo mucho, mantiene que fueron entre tres
y cinco mil las víctimas, lo que de ser
cierto equivaldría a que acabaron con el 50% de la población activa. Por lo
visto a algunos les parece poco que, en base a los más de 600 inscritos en el
Registro Civil, la realidad pudiera acercarse a las 1.500. De seguir esta línea,
que no escatima en ceros, concluiríamos que en la provincia debieron morir 60 o
70.000 personas. Pero lo cierto es que esta tendencia a la exageración es
general. En Andalucía se habló de 150.000 víctimas del terror fascista, cifra
que con lo que se sabe, que es bastante, habrá que reducir a lo que es: mera
propaganda. Y así podríamos seguir pueblo a pueblo. Luego viene la
investigación y pone las cosas en su sitio. Entonces los de las cifras altas
callan y hay quien con cierta sorna comenta: “¡Ves como no eran tantos!”. Porque
el resultado de las exageraciones es que luego, aunque lo que resulte sea un
listado terrorífico con decenas de nombres, todo parece poco. Se dieron a veces
cifras tan altas que luego las doscientas o trescientas víctimas parecen una
minucia. Con su actitud, los que exageran desprecian la realidad de lo
ocurrido. Además, moverse con cifras carece de riesgo alguno: uno dice esta,
otro dice aquella y ambos pueden aumentarlas o disminuirlas a capricho cuando
les venga en gana. Si junto a cada unidad tuvieran que unir un nombre y unos
apellidos seguro que la cosa cambiaba.
El caso de Villafranca
Este sería también el caso de
Villafranca. Recientemente (21/10/2012) la Agrupación Local Socialista
celebró un acto público en el cementerio
en memoria de las víctimas de la represión franquista. En él intervino, entre
otros, Ramón Ropero Mancera, alcalde de Villafranca, quien en un momento dado,
como se pudo ver en la página web de la Agrupación, afirmó que en el pueblo,
“según nuestros mayores y según los que sufrieron directamente en sus carnes
esa barbaridad”, fueron asesinadas “más de setecientas personas”. Y a
continuación añadió:
Según
Paco Espinosa 234 tenía él reconocidas en su libro. Después de esa fecha él mismo
reconoce que están cerca de 400 las personas. Más de 400 tenemos aquí detrás
[en la fosa a la que fueron trasladados los restos en los años 80]. Muchas sin
nombre y apellidos porque no hemos sido capaces de saber quiénes eran, pero más
de 400 aquí. Según nuestro querido y entrañable José Antonio Soler ya en su
libro tenía recogidas casi 350 víctimas.
Esta
exposición puede dar lugar a equívocos. Vayamos por partes. Los setecientos y
los 330 que hemos consignado más arriba son cifras heterogéneas, una pertenece
al terreno de lo que se habla y otra es la relación de nombres y apellidos de
las personas asesinadas que por diferentes fuentes, empezando por los Libros de Defunciones del Registro Civil, nos
han ido llegando. Una remite a la opinión y otra a la investigación histórica. Yo
no he reconocido en lugar alguno que fueron “cerca de 400”. En realidad lo que
he mantenido tanto en La columna de la
muerte (p. 423) hace casi diez años, primera vez que esta información se hizo
pública, como ahora en Masacre (p.
45) es que, pese a que los inscritos fueron 234, la realidad debió rondar los
500. Y, no obstante, en la página 108 de esta última obra no dejé de anotar
que, según algunos, la cantidad era superior a 700.
En
cuanto a lo que dijeron “nuestros mayores y según quienes sufrieron
directamente en sus carnes aquella barbaridad”, es posible que en un pueblo
pequeño la gente llevara la cuenta de quienes iban cayendo, pero en un pueblo
de 15.000 habitantes esto es muy difícil por no decir imposible. La gente
controlaba su calle, su barrio, pero no el pueblo en su totalidad. En realidad
la cifra de “700” no es más que la plasmación en un número redondo del terror
vivido. Vendría a significar que fueron muchas víctimas, más de las cabe
imaginar. No quiere decir que realmente acabasen con 700 vidas sino que lo
ocurrido fue tan terrible que fue como si tal cosa hubiese sido posible. 700 es
el número en que alguna gente cifró el terror.
Sin
embargo, a diferencia del profano, que no necesita justificar documentalmente lo
que dice, las afirmaciones de un historiador deben sustentarse en algo más que en
cifras y eso es lo que algunos hemos procurado hacer en nuestros trabajos. En La columna de la muerte, al final del
listado de víctimas de Villafranca (p. 423), comenté un dato muy importante
procedente del archivo municipal que parece haber pasado inadvertido. A fines
de octubre de 1936 la Comandancia Militar de Llerena solicitó al Ayuntamiento
que enviara “relación numérica de las fuerzas existentes en esta del Ejército,
Falange, Guardia Civil, Milicias Nacionales, Guardia Cívica, Requeté,
Carabineros, etc.” y que remitiera también “relación del personal muerto o
huido”. El Ayuntamiento respondió el 10 de noviembre de 1936 enviando la
información solicitada sobre las fuerzas y detallando que “con relación al personal civil de esta población han fachecido (sic)
trescientos diez y desaparecido ciento cuarenta y ocho”. Obsérvese, porque
es importante, que es el Ayuntamiento quien responde.
¿Por qué es importante la
información que se envía a Llerena con el dato de que entre el 9 de agosto y
principios de noviembre, es decir en tres meses, han sido eliminadas 310
personas? Para empezar es importante porque es el único “informe oficial” con
que contamos sobre la represión local. Detrás de ese oficio, que reconoce
abiertamente la matanza realizada desde la ocupación, está la gestora del
momento,
nombrada por Julio Coloma Gallegos, uno
de los militares que ocupó el pueblo, a cuyo frente colocó al antiguo brigada
de la Legión José Muñoz Verjano, inspector del Instituto de Segunda Enseñanza
ubicado en el antiguo colegio jesuita.
El
hecho de que la Comandancia Militar de Llerena se dirigiera al Ayuntamiento nos
indica algo: el ex brigada Muñoz Verjano, por su condición de militar, debía de
ser, además de presidente de la gestora, comandante militar de Villafranca, es
decir, el máximo responsable de la represión. De no haber sido Muñoz comandante
militar esa solicitud de Llerena nunca hubiera llegado al Ayuntamiento, ya que las
cuestiones relacionadas con las fuerzas militares o civiles al servicio de los
sublevados o sobre las consecuencias del proceso represivo, no entraban dentro
de las competencias del presidente de la gestora sino del comandante militar.
Obsérvese que Muñoz está al frente de la gestora desde el 9 de agosto hasta el
día 20 de noviembre y téngase en cuenta que, al contrario que otros guardias
civiles o militares designados para dicho cargo apartándose por un tiempo de las
columnas militares o desplazándose desde otro lugar, este vivía en el pueblo y
conocía a la gente.
Por lo que sabemos hasta ahora los
meses más duros de la represión en el territorio ocupado por los golpistas en
las primeras semanas –hablamos de más de la mitad del país– fueron julio, agosto
y septiembre. Después la purga fue disminuyendo en intensidad a partir de
octubre hasta que a fines de febrero de 1937 todas las personas detenidas pasaron
a depender de la maquinaria judicial militar (los consejos de guerra) puesta en
marcha. En medio hay un momento clave: aquel en que las columnas fracasan en el
asalto a Madrid el 7 de noviembre de 1936 y la Alemania nazi y la Italia
fascista se vuelcan con Franco. Y digo que es clave porque, si la carnicería
que estaba teniendo lugar sorprendió a los nazis, los fascistas llegaron a
presionar para que se guardaran ciertas formas. Así,
antes de que cambiaran los mecanismos represivos y en ese lapsus de tiempo en
que se pasó de la represión por bando de guerra a la de los consejos de guerra,
es decir, entre octubre del 36 y febrero del 37, se produjeron algunas matanzas
finales sonadas. En el caso de Villafranca esa matanza tuvo lugar el día 1 de
diciembre. No sabemos el total de víctimas asesinadas dicho día pero 19 de
ellas llegaron a ser inscritas años después en el Juzgado.
No debe perderse de vista que lo que
cambió fue el mecanismo, ya que tanto en la fase de los bandos como en la de
los consejos de guerra fue en todo momento la autoridad militar la que controló
el proceso represivo, ya fuera mediante la Guardia Civil, en contacto
permanente con las comandancias militares y estas a su vez con las Capitanías,
como a través de los propios militares y las oficinas jurídicas de los
Gobiernos Militares. Pocos asociarán en el pueblo el nombre de José Muñoz
Verjano al cargo de comandante militar y, sin embargo, todo indica que lo fue, lo
que, como decimos, equivale a decir que fue el máximo responsable de la
represión. ¿Actuó solo? No. Se sirvió sin duda de los ficheros político-sociales de la Guardia Civil
y de las fuerzas vivas locales. Sin embargo, aunque siempre hubo excepciones,
ni estas ni el ex legionario que presidía la gestora solían mezclarse en las
tareas sucias. Para eso estaban los voluntarios que siempre surgen en estas
ocasiones, algunos policías municipales y números de la Guardia Civil y, sobre
todo, los grupos paramilitares: Falange y el Requeté. Sin embargo, la
percepción de la gente en aquella situación solo alcanzaba hasta este nivel, el
de los ejecutores de órdenes, sin ver en ningún momento ni al que tomaba las
decisiones ni mucho menos al selecto grupo de la oligarquía local que lo
asesoraba. Llegar a percibir esto ha costado mucho tiempo y solo ha podido
hacerse tras acceder a la documentación judicial militar, que es la que ha
permitido conocer el mundo de los golpistas por dentro.
Sabemos pues que hasta la primera
semana de noviembre fueron asesinadas 310 personas. Para el resto de dicho mes
el Registro Civil recoge solamente un caso y para diciembre los 19 mencionados.
Obsérvese que corresponde exactamente con la etapa de Muñoz Verjano al frente
de la gestora. Más tarde, entre enero y julio de 1937, hay siete casos que aún
entrarían dentro del bando de guerra. También tenemos constancia de que en esta
misma etapa cinco personas fueron
asesinadas en otros pueblos de la provincia y que, por sentencia de consejo de
guerra, cayeron doce más. Si añadimos a estos los dos o tres casos de vecinos
que acabaron sus vidas en los campos nazis tenemos cubierto todo el panorama. Por
todo ello, por los nombres con que contamos, por el informe mencionado y por lo
que sabemos que ocurrió en el suroeste es más que probable que las personas
asesinadas se acerquen más a las 500 que a las 700. No cuadra para nada con lo
que sabemos que entre noviembre del 36 y febrero del 37 en Villafranca fueran
asesinadas 400 personas más. Máxime cuando no hay prueba alguna salvo que la cifra
“ha sonado”.
Existen dos cuestiones muy difíciles
de aclarar en cualquier localidad: quién ejerció de comandante militar en la
primera etapa de la represión salvaje y qué dimensión tuvo dicho proceso. Lo
primero porque solía ser un guardia civil o un militar retirado que, una vez
cumplida su misión, desaparecía de la localidad y lo segundo porque, una vez
realizada la matanza, todo se encaminaba a ocultarla y negarla. Esas anotaciones
del Registro de Correspondencia Entrada y Salida de Documentos resultan excepcionales, pues nos dan pistas de las dos
cuestiones clave: quién ocupaba el cargo de comandante militar y cuántas
personas fueron asesinadas en la etapa más dura. Sobre todo si tenemos en
cuenta que lo que queda de esos documentos que alguna vez formaron parte del
archivo es únicamente dicha referencia. Sin duda hay que agradecer al
funcionario de turno que fuese tan explícito, ya que hubiera bastado con decir:
“También se le han facilitado las cantidades de fallecidos y huidos que
solicitaba”.
Final
En
definitiva, ¿acaso parecen pocas 500 víctimas? Si calculamos la represión en
torno a esta cantidad quedarían por descubrir unos 170 nombres, lo que significa
que queda mucho trabajo por delante. Debo recordar que de acercarse a la realidad
esta cantidad Villafranca ocuparía el cuarto lugar en la lista represiva
provincial después de Badajoz, Mérida y Almendralejo. Sería el lugar adecuado a
su población. Y encajaría con que en Badajoz fuesen luego inscritas 1.400
personas, en Mérida 618, en Almendralejo 403 y en Villafranca 234. Lo que
vendría a representar que en Badajoz fueron asesinadas más de 3.000 personas,
en Mérida en torno a 1.300, en Almendralejo unas 700 y en Villafranca unas 500.
Digamos que estas son proyecciones admisibles teniendo en cuenta la experiencia que tenemos,
que nos dice que los no inscritos suelen representar entre un 30 y un 50% más
respecto a los inscritos.
La
represión tenía una lógica que se veía corroborada por los efectos del terror.
El mensaje era claro: los partidos políticos, los sindicatos, las elecciones y
la libertad de pensamiento se habían acabado y nunca volverían. El número de
afectados directos e indirectos fue muy amplio teniendo en cuenta todas las
modalidades represivas y sin olvidar el castigo final: la emigración, que
afectó muy duramente al pueblo. Es posible que estemos hablando de un 40% de la
población, lo que en el caso de Villafranca vendría a representar unas seis mil
personas (de los 15.000 habitantes).
Sería
ridículo y absurdo que el hecho de que unos mantengan que fueron más de 700 y
otros unos 500 pudiera parecer una lucha entre los que intentan poner en evidencia
la dura realidad del fascismo en Villafranca y los que supuestamente pretenden
rebajarla. Ha costado mucho tiempo y trabajo poner en pie los nombres de las
personas asesinadas con que contamos hasta la fecha, como para que ahora
resulte que los que nos movemos con nombres y tenemos en cuenta las
investigaciones realizadas podamos pasar por minimizadores u ocultadores de la
masacre. Una de las funciones de los historiadores es desvelar las
mistificaciones de todo signo que se ciernen sobre el pasado, lo mismo las de
aquellos que intentan ocultar los estragos del fascismo que las de quienes
retuercen la realidad para ajustarla a sus deseos o a los del poder. Igual me
da que sean los que llevan décadas manteniendo que el País Vasco sufrió
especialmente y más que nadie la represión franquista, lo que se ha demostrado que
no solo es totalmente falso sino exactamente lo contrario a la realidad, como
la de aquellos que, sin saber por dónde andan, mantienen que la mayor fosa
común de Europa está en Valencia, donde, según ellos, el franquismo habría
acabado con 25.000 personas.
Y
de estos ejemplos pasamos a Villafranca: los datos con que contamos y lo que
sabemos acerca de la represión indica que el número de víctimas debió andar más
cerca de los 500 que de los 700. Esto no quiere decir ni que los fascistas
fueran mejores ni que no hubo las víctimas que serían de suponer para un pueblo
de ese tamaño. Al contrario, los 330 nombres (42 de mujeres) que se han logrado
reunir y la previsible realidad de que aún desconozcamos cerca de 200 más, solo
demuestran que el salvaje golpe militar del 36 permitió a los sectores
antirrepublicanos un ajuste de cuentas de tal calibre que nadie pudo imaginarlo.
Sobre el objetivo de la purga bastará con decir que el 70% de las víctimas eran
jornaleros.
Recordemos,
además, que en Villafranca, al contrario que en otros pueblos, no tenían ni
siquiera el pretexto de un derramamiento de sangre previo y que, como ya se
demostró en Masacre, el intento de
violencia sobre los detenidos, que no se produjo el 7 sino el 5 de agosto, fue
cortado de raíz con riesgo para su propia vida por los dirigentes socialistas y
especialmente por el Presidente de la UGT José Molano Verdejo. Con la terrible
represión que se desencadenó se estaban vengando los cinco años de República y
mostrando de manera descarnada un odio de clase que, acallado antes a base de
caciquismo y dictadura, se tornó preocupante para los sectores privilegiados a partir
del 14 de abril de 1931 e insostenible tras las elecciones de 16 de febrero de
1936.
Francisco
Espinosa Maestre, “Sobre la represión en el País Vasco”, en rev. Historia Social nº 63, 2009, pp. 59-75,
y “El increíble caso de las fosas de Valencia”, en rev. Pasajes, nº 35, 2011, pp. 115-121.