No
hubo ruptura durante la Transición.
Existe
una percepción promovida por el establishment conservador español
(a la cual se han sumado gran parte de voces prominentes de las
izquierdas gobernantes) de que la Transición de la dictadura a la
democracia fue modélica (lo cual quiere decir ejemplar),
estableciéndose un sistema democrático homologable a cualquier otro
sistema existente en la Europa democrática. En realidad, se ha
llegado incluso a hablar de “ruptura” con el régimen dictatorial
anterior, ruptura capitaneada por el Monarca, que fue el principal
promotor de aquel proceso. Hasta aquí la versión idealizada y
profundamente errónea de lo que fue la Transición.
He
escrito extensamente sobre lo inmodélica que fue aquella Transición
y lo enormemente limitada que es la democracia existente en España.
Una simple comparación de lo que ha ocurrido en España con lo
ocurrido en otros países que sufrieron regímenes nazis o fascistas
semejantes al liderado por el General Franco, muestra con toda
claridad la falsedad de esta percepción, que define la Transición
como rupturista con el régimen dictatorial anterior. En realidad, el
Estado español continuó bajo la enorme influencia de las mismas
fuerzas políticas que controlaban el régimen dictatorial. Hacer
esta afirmación no quiere decir que no hubiera cambios (como
maliciosamente se nos atribuye a los que sostenemos que no hubo
ninguna ruptura), puesto que sí los hubo, y algunos muy
significativos. Por ejemplo, se consideró a los tribunales
encargados de la represión como ilegales, incluyendo entre ellos a
los tribunales militares. Pero una consecuencia del enorme poder de
los aparatos heredados del régimen anterior es que no se aprobó que
las sentencias de dichos tribunales fueran anuladas, tal como ocurrió
en países que tuvieron dictaduras semejantes, como fue el caso de la
Alemania nazi. En Alemania, el Parlamento democrático declaró nulas
todas las sentencias de los juicios de los tribunales nazis.
El
que no se anularan en España se debió precisamente a la fuerza de
los herederos de aquel régimen y a la permanencia de personajes
afines a aquella dictadura en los aparatos del Estado, incluyendo la
judicatura. En 1978, el cuerpo judicial del franquismo pasó
automáticamente en pleno a ser el cuerpo judicial del régimen
democrático, aun cuando muchos miembros de dicho cuerpo estaban
relacionados o habían participado en la represión del régimen
dictatorial. Y como consecuencia del sistema jurídico existente, los
puestos de mayor autoridad, como los del Tribunal Supremo, el
Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial,
procedieron del cuerpo judicial franquista. De ahí que tales
instituciones, además de ser profundamente conservadoras, sean
reacias a un cambio sustancial (es decir, a una ruptura) en el
sistema judicial.
Un
caso claro ha tenido lugar recientemente con la petición de los
familiares del asesinado Puig Antich de que se revise y anule la
sentencia que condenó injustamente a aquella persona, pues respondió
a un deseo de venganza del régimen debido al atentado mortal contra
el presidente del gobierno Carrero Blanco por parte de ETA. Los
tribunales españoles han denegado esta revisión y anulación. Y una
de las causas es, como indica el magistrado Santiago Vidal, miembro
de la asociación progresista Jueces para la Democracia, en una
entrevista en el diario ARA (01.03.14), que “de los cinco
magistrados del Tribunal Supremo que sistemáticamente han denegado
recursos, tres tienen familiares directos que fueron generales del
ejército franquista y participaron en juicios sumarísimos. (…)
Aquí se han mezclado las ganas de no remover el pasado con los
intereses personales”. En 1978 no se hizo ninguna distinción entre
los jueces que podían adaptarse al régimen democrático y los que
no. Todos continuaron en su lugar. De ahí que el franquismo perdure
en grandes sectores de la judicatura.
Nos
encontramos, pues, con que los asesinados han sido ya juzgados y
sentenciados y que no puede reabrirse su caso ni aquí ni en otro
lugar. Es más, la ley de amnistía de 1977 tampoco permite reabrir
estos casos. Y ello es incluso un obstáculo para que se abran otros
procesos en otros países como Argentina. Los tribunales de otros
países no pueden intervenir porque ya han sido juzgados.
Ahora
bien, la presión internacional, incluida la reiterada crítica y
denuncia de las Naciones Unidas a la inmunidad existente en España,
podría abrir una puerta para la intervención del Tribunal Penal
Internacional, aunque el magistrado Vidal es escéptico, pues dicho
tribunal está sujeto a presiones de carácter político que
dificultan (en realidad, imposibilitan) que se haga justicia. Así de
claro.
Vicenç
Navarro
Catedrático
de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu
Fabra
1 comentario:
De aquellos barros estos lodos.
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