Este
es el título de la edición en inglés, aparecida en 1977, de una
obra clásica del historiador norteamericano Herbert R. Southworth.
Recuerda el grito implícito en el famoso cuadro de Picasso. La
edición española está agotadísima. En Iberlibro únicamente he
visto disponibles tres ejemplares. Nada en Amazon.es.
Southworth
destruyó sistemáticamente el denso entramado de mentiras sobre uno
de los mitos estructurales del franquismo. Su análisis constituye
una lección de historia y de crítica histórica ejemplar. Ha vuelto
a impresionarme en el momento de preparar una edición revisada y
ampliada.
En
esta labor he constatado de nuevo cómo los historiadores
neofranquistas han hecho y hacen todo lo posible por ningunear y/o
desprestigiar a Southworth. Incluso un ilustre académico de la
Historia que incide a la vez en grotescos errores de principiante. Un
piadoso exministro entona preces al Señor por el alma de Southworth,
pero continúa encastillado en el disparate. Un eminente historiador
militar, que dice haber dedicado cuarenta años al tema, provoca
rubor. Las obras de tan connotados autores pueden adquirirse
fácilmente.
En
realidad, ni han recuperado la verdad de los hechos ni lo que hay
detrás de ellos. No se han adentrado en la evidencia primaria de
época, y en especial en la relevante. Han ofuscado con mucha que o
no es relevante o es de calidad harto dudosa. Un truco volatinero.
Han abandonado alguno de los postulados franquistas más absurdos
(Guernica la volaron los propios vascos). Mantienen enhiestos los
reductos: hubo muy pocos muertos; el mito de Guernica lo crearon los
republicanos; el “mando nacional” no tuvo que ver nada con el
bombardeo. Los culpables fueron los alemanes que actuaron según su
libre albedrío.
Ha
sido la investigación académica (María Jesús Cava, Carmelo
Garaitaonandía, José Luis de la Granja, Morten Heiberg, Xabier
Irujo, Manuel Ros Agudo, Stefanie Schüler-Springorum y,
modestamente, quien esto escribe) la que ha sacado a la luz el tipo
de evidencia necesaria y suficiente para enterrar los mitos de Franco
y sacar las vergüenzas a sus denodados defensores.
La
propaganda franquista batió todos los récords de fantasía y
denigración
Es
difícil tener aprecio por la calidad científica y el contenido
empírico de su historiografía. La puesta al día de la obra de
Southworth ha excedido, sin embargo, todo lo que había visto y
comprobado hasta el momento: la más tosca manipulación de la
evidencia, la tergiversación documental, la cita amañada de la
literatura secundaria y la desfiguración de las obras de los autores
discordantes son rasgos consustanciales de tales especialistas y
divulgadores, españoles o ¡ay! también de algún que otro
extranjero, catedrático emérito de una Universidad norteamericana.
En
breves palabras. Lo que en los últimos tres o cuatro años ha salido
a relucir en alemán o en español es lo siguiente:
El
contingente aéreo germano (Legión Cóndor) estuvo plenamente
insertado, en cuanto dio comienzo a sus hazañas bélicas en España
en noviembre de 1936, en los planes operativos de las fuerzas
franquistas. De este nivel fue ascendiendo al táctico y al
estratégico. En la campaña de Vizcaya, la interdependencia entre
uno y otras alcanzó un elevadísimo grado de información,
comunicación y control.
Se
conservan documentos que lo demuestran con respecto a los generales
en jefe de los Ejércitos del Sur (Queipo de Llano) y del Norte
(Mola) para la conexión con las fuerzas de tierra. También, y de
manera permanente, con el general Kindelán, jefe del Aire. Que
Franco lo ignorase no es creíble. Uno de sus hombres, el coronel
Juan Vigón, estuvo en el centro del dispositivo en el Norte.
En
esta campaña, la aviación alemana se supeditó a las instrucciones
de Mola y Kindelán. Arrojó octavillas anunciando arrasamientos,
intervino en apoyo del avance en tierra sustituyendo a veces a la
artillería y, no en último término, bombardeó ciudades. La
afirmación solemnísima de un reputado general de aviación español
de que esto se hizo en contra de instrucciones formales de Franco es
un mero brindis al sol.
El
bombardeo del 26 de abril de 1937 se hizo con propósitos de
destrucción masiva. No fue para triturar un puentecillo de piedra
(que resultó indemne) que enlazaba el núcleo urbano con el barrio
de Rentería salvando el río Oca. Esta fue una intoxicación
ulterior. Sobre Guernica se lanzaron exactamente 31 toneladas de
bombas (mezcla de explosivas e incendiarias), amén de incontables
bidones de gasolina. No lo digo yo. Es lo que informó, un mes
después, el teniente coronel Wolfram von Richthofen, jefe de Estado
Mayor de la Cóndor, a sus superiores en Berlín.
La
creación del mito sobre la autoría vasca fue un reflejo inmediato,
de corte pavloviano, del propio Franco para contrarrestar el efecto
que en el extranjero pudieran tener las acusaciones del lehendakari
José María Aguirre contra aviadores alemanes al servicio de los
rebeldes.
Tras
su entrada en Guernica el 29 de mayo de 1937, los franquistas se
dedicaron a eliminar la evidencia de la fechoría, que para entonces
había saltado a la primera plana de numerosos periódicos de todo el
mundo. Se amañaron las hojas de los registros o, simplemente, se
arrancaron. Los alemanes hicieron desaparecer lo que quisieron, se
ralentizó el desescombramiento. Es imposible saber a ciencia cierta
el número de víctimas. Fijarlo en algo más de un centenar es el
resultado de un proceder infame.
Por
la dignidad de las víctimas y de la historia es preciso recuperar el
pasado
La
propaganda franquista batió todos los récords de fantasía,
vituperación y denigración. Duró hasta el final mismo del régimen,
aunque ya agrietada. Su análisis constituye el núcleo de la obra de
Southworth. Esta necesitaba ampliarse a una referencia, siquiera
somera, de sus secuelas en la España de nuestros días, es decir,
desde que en Guernica se levantó un inmenso clamor popular en abril
de 1977 para aclarar la cuestión de las responsabilidades.
Es
necesario comparar el comportamiento de los Gobiernos de la República
Federal de Alemania con el de los españoles. Hoy puede hacerse
porque en Berlín ya se han desclasificado los documentos de aquellos
primeros años transicionales. Ello no obstante, debemos ser
modestos. En fecha indeterminada se pusieron en marcha los temibles
bichitos fibrófagos que solían pulular por los archivos españoles.
Los documentos directamente relacionados con Guernica han
desaparecido en gran medida. Una casualidad.
La
desaparición, sin embargo, no ha sido total. Por fortuna quedan
muchos que arrojan luz indirecta, y en ocasiones, casi directa.
Quienes expoliaron los archivos no siempre sabían alemán. Se
conserva algún que otro documento redactado en este idioma, pero
traducido “creativamente” para acordarlo con los mitos
franquistas. Al leer la traducción, los eliminadores se guiaron por
ella y menospreciaron la versión original. Siempre hay alguien que
mete la pata.
La
tergiversación no se hizo en España únicamente. En la edición de
bolsillo (Heyne-Bücher) de las memorias de uno de los ases de la
Luftwaffe, Adolf Galland, que no participó en el bombardeo, se
eliminó cuidadosamente todo lo que pudiese generar una mala
impresión, incluida la referencia a los ensayos de la Cóndor con un
napalm de medio pelo. La extrema derecha alemana sigue apartando el
cáliz de Guernica.
Por
la dignidad de las víctimas y de la HISTORIA es preciso recuperar el
pasado y desenmascarar a quienes siguen desfigurándolo.
Ángel
Viñas es historiador y catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Ha
actualizado La destrucción de Guernica de Herbert R. Southworth, que
aparecerá próximamente en la editorial Comares.
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