martes, 10 de noviembre de 2015

Una calle para la maestra doña Catalina Rivera Recio, en Villafranca de los Barros

Una calle para la maestra doña Catalina Rivera Recio


                                                                        Francisco Espinosa Maestre. Historiador.



Catalina Rivera Recio, en su Escuela.


A fines de este pasado julio un pleno municipal decidió casi por mayoría cambiar los nombres de dos calles, Varales pasaría a denominarse Catalina Rivera y Gerona, Adolfo Suárez. Este último es sobradamente conocido; sin embargo, la primera sonará a gente ya mayor y a ciertos sectores minoritarios interesados por la historia local en sus aspectos más oscuros e ignorados. Centrémonos en ella.

Curiosamente la calle dedicada a la maestra forma parte del grupo de viviendas que promovió el párroco Carretero Romo, cuyo nombre no solo está asociado a las viviendas sino que da nombre a la calle que las limita. Y digo que es curioso porque Carretero Romo debe estar removiéndose en su tumba al ver la vecina que le han colocado, nada menos que aquella de la que informó de manera escueta: “Fusilada por marxista”. Al mismo tiempo, me pregunto qué le hubiera parecido a la sobrina de la maestra, Bautista Parejo Rivera, que pasaba los veranos en Villafranca con ella. Hablé con la sobrina en 2009, cuando tenía ochenta años; le envié el libro Masacre dos años después, y cuando he intentado ahora contarle lo de la calle, su teléfono y su móvil no existen ya. Mi impresión es que la sobrina hubiera preferido que la calle estuviera en el barrio donde trabajó, en El Pilar.

Catalina Rivera Recio nació en Zorita (Cáceres) en 1901. Fue una buena estudiante, pasó por diferentes destinos y acabó finalmente en Villafranca, donde ejerció desde 1931 a 1936. El padre, Juan Rivera Chico, viudo, decidió trasladarse con los demás hijos a Villafranca. Dos de sus cinco hermanos, María y Juan, estudiaron algunos años en el Instituto de Segunda Enseñanza que la República abrió en el colegio de los jesuitas. El hecho de que en la segunda década del siglo XX una familia decidiera que todos los hijos estudiaran no era muy normal. En el caso de la familia Rivera Chico –el padre era propietario de una aparadora– cursaron estudios Catalina, Isabel, María y Juan; las otras dos, Ana y Florentina, no quisieron estudiar.

La familia vivió en un caserón de la calle Llerena, cedido por el Ayuntamiento y que quedaba un poco lejos de la escuela. La maestra debió hacerse  conocida muy pronto. No solo era querida por sus alumnas (testimonio de Dolores Carrillo) sino que a la caída de la tarde recibía en la casa a los jornaleros que deseaban aprender a leer y escribir. Tenía además contacto con la Casa del Pueblo, abierta en 1932, y era firme partidaria del movimiento de emancipación de la mujer. En consonancia con lo dicho, Catalina Rivera Recio pertenecía a la FETE (Federación de Trabajadores de la Enseñanza), mayoritariamente socialista. En su programa la FETE proponía: la sustitución de las órdenes religiosas y la incautación de sus centros, la republicanización del Ministerio de Instrucción Pública y la implantación de la coeducación y del laicismo. De los quinientos expedientes de maestros estudiados en Badajoz, el 10% eran de FETE. Hablamos de unos años en que casarse por la iglesia o  llevar a los hijos a la privada religiosa no estaba bien visto ni en los partidos ni en los sindicatos de clase.

Las cartas de la maestra que me proporcionó la sobrina permiten hacernos una idea de sus últimos meses. En junio de 1935 la familia se vio dolorosamente afectada por la muerte a causa de una peritonitis de María, quien a sus veinte años estaba concluyendo magisterio. También en ese tiempo se puso en marcha el nuevo colegio del Pilar, uno de los dos centros junto con el de la calle Mártires, que la República creó en el pueblo. Aunque inaugurado en 1935 el proyecto venía del primer bienio (1931-1933), en el que de las más de diez mil escuelas de primera enseñanza aprobadas para todo el país, ciento dos fueron para Badajoz. Otro asunto destacable de la estancia de la maestra en Villafranca fue su noviazgo con Rogelio García Valonero, natural de Encinasola (Huelva) y vecino del pueblo. Las cartas con sus hermanas anunciaban la boda para mediados de agosto.

En los preparativos de la boda andaba la familia cuando el 18 de julio llegó la noticia del golpe militar. A partir de ese momento la vida se alteró y el tiempo cobró otra dimensión. En Villafranca fueron detenidas 114 personas de derechas, 54 de las cuales fueron recluidas en la sacristía de la parroquia. Solo estos últimos corrieron peligro cuando el día 5 de agosto, a su regreso del choque con las columnas fascistas en Los Santos, un grupo intentó esa noche prender fuego a la sacristía. Si el crimen no llegó a término fue porque José Molano Verdejo, presidente de la UGT, se plantó ante ellos pistola en mano y dijo que para llevar a cabo sus propósitos tendrían que pasar sobre su cadáver.

El día 6 de agosto huyó mucha gente de la localidad. El terror ya había ido llegando desde julio a medida que gente procedente del sur pasaba por el pueblo contando lo que hacían las columnas facciosas. Entre los que se fueron ese día estaban el novio y el hermano de la maestra. La columna pasó de largo el 7 pero volvió el 9, fecha en la que asesinaron a 56 personas. Catalina Rivera y su padre salieron ese mismo día en un coche hacia Zorita, pero dos falangistas partieron en su busca y los localizaron en Trujillanos. El padre debió ser asesinado entonces; la maestra fue trasladada al pueblo, donde días después fue asesinada tras ser vejada y paseada por las calles céntricas. Tenía 35 años.

Luego los asesinos, los inductores, los que ampararon el crimen y los que asistieron entre el jolgorio a aquel acto necrófilo, para que aquella barbarie pudiera ser asimilada, siguieron dos procedimientos: echar toda la basura posible sobre la memoria de la maestra y silenciarlo todo de manera que se perdiera su recuerdo. Pero no lo consiguieron. La prueba es que a los setenta y nueve años del crimen se ha decidido perpetuar su nombre dedicándole una calle. En el rótulo debería leerse: “Catalina Rivera Recio. Maestra. 1901-1936”.[1]




[1] Más información en F. Espinosa, Masacre (Aconcagua, 2011) y M. Núñez Barranco, Entrañas de una guerra  (La Autora, 2011).

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Contra el olvido. La historia de Catalina, maestra. Los fascistas la asesinaron, la enterraron en una fosa común y ensuciaron su memoria.

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