“¿Era
necesario otro libro sobre la guerra civil?”, se pregunta el
coordinador de este volumen. Lo es en la actualidad, cuando los
viejos mitos franquistas han sido reemplazados por un revisionismo de
derechas que descalifica la república para legitimar la rebelión
militar. La mejor respuesta a esto es una exposición objetiva de los
resultados actuales de la investigación, que es lo que nos ofrecen
en estas páginas especialistas como Ángel Viñas, Fernando Puell
de la Villa, Julio Aróstegui, Eduardo González Calleja, Hilari
Raguer, Xosé M. Núñez Seixas, Fernando Hernández Sánchez y
Francisco Sánchez Pérez.
La
suma de sus aportaciones nos ofrece una completa desmitificación del
levantamiento del 18 de julio, realizada a través del estudio de sus
tramas civil y militar, de los contratos establecidos previamente con
la Italia fascista, de la naturaleza de los proyectos revolucionarios
de izquierdas y derechas, de la presunta amenaza comunista, del peso
real de la defensa del catolicismo en los móviles de los sublevados
o de la leyenda negra sobre la violencia republicana en los meses del
Frente Popular.
La
obra trata de sintetizar y esclarecer las razones que propiciaron que
el golpe de Estado se produjera exactamente el 18 de julio, el papel
que desarrollaron en la sublevación el cuerpo civil y militar, la
idea revolucionaria de las izquierdas y la contrarrevolucionaria de
las derechas, el peso de la defensa del catolicismo y de la nación
entre los sublevados, la presunta amenaza comunista y la realidad de
la España de 1936. En definitiva, un libro que planta batalla al
revisionismo de derechas que descalifica la República para legitimar
la rebelión militar. Llegó la hora de la respuesta, de “dejar las cosas claras respecto al origen inmediato de la guerra civil” y contrarrestar el revisionismo de derechas que descalifica la República para legitimar la rebelión de militar de 1936.
A
modo de decálogo pueden enumerarse una lista de diez falsos mitos
creados por el franquismo y sus herederos ideológicos con el
propósito de justificar el golpe de Estado militar.
1.
La II República no fue un desastre. “La República no fue un
fracaso que conducía inexorablemente a una guerra” sino que fue
“destruida por un golpe militar” que, al contar con la
connivencia de un país extranjero y no triunfar en buena parte del
país y en la capital, se encaminó automáticamente a la guerra
civil. La República fue una democracia de entreguerras de nueva
creación y como otras muchos democracias europeas de Europa tuvo que
lidiar por un lado con la derecha autoritaria, fascinada por la
experiencia fascista, y con la izquierda obrera que consideraba, de
manera habitual, que la democracia era incompatible con el
capitalismo.
Durante
los años de dictadura franquista, el régimen justificó el golpe de
Estado por “el peligro comunista”. Sin embargo, las
justificaciones conservadores han ido evolucionando de manera que es
cada vez más habitual oír a los políticos de derechas nombrar el
supuesto fracaso de la República como causa directa y sustancial de
la guerra y nunca culpar de la misma el golpe de Estado militar que
degeneró en una guerra civil.
Las
justificaciones de la guerra civil de la derecha ya no son los rojos
y marxistas sino los mismos políticos republicanos Como ejemplo
sirve la entrevista que Manuel Fraga concedió a El País en 2007 en
la que aseguró: “Pero los muertos amontonados son de una guerra
civil en la que toda responsabilidad, toda, fue de los políticos de
la II República. ¡Toda!”. En esta misma línea se manifestó
Esperanza Aguirre en un artículo publicado recientemente en ABC en
el que afirmó: “La "II República fue un auténtico desastre
para España y los españoles (…). Muchos políticos republicanos
utilizaron el régimen recién nacido para intentar imponer sus
proyectos y sus ideas -en algunos casos, absolutamente totalitarias-
a los demás, y que faltó generosidad y patriotismo".
2.
El asesinato de Calvo Sotelo no precipitó nada. El hecho de que
el golpe de Estado se produjera el 18 de julio no tiene nada que ver
con el asesinato de Calvo Sotelo, que se produjo el día 13 de julio
de 1936 y conocido el día 14. Su muerte, señala la obra “no
precipitó nada” y “no tiene nada que ver”.
De
hecho, hubo un proyecto de atentado terrorista contra la vida de
Azaña, como respuesta al asesinato de Calvo Sotelo, que fue abortado
por los militares golpistas que se encontraban en la capital.
“Prohibido terminantemente. Todo está preparado en Madrid y eso
podría echarlo a perder”, le dijo el coronel Ortiz de Zárate a
Eusebio Vegas Latapié, cabecilla del proyecto.
3.
La fecha del golpe dependía del apoyo fascista. La fecha de
inicio del golpe está ligada a la promesa de intervención de la
Italia fascista de Mussolini, con la que los monárquicos, liderados
por Calvo Sotelo, suscribieron el día 1 de julio un acuerdo para la
compra de una “espectacular cantidad de material bélico de primer
nivel”. Estos contratos de venta de armas y promesa de intervención
fueron firmados en Roma por Pedro Sainz Rodríguez con el apoyo
personal de Antonio Goicoechea y “el más que probable conocimiento
de Calvo Sotelo”.
De
hecho, la obra reproduce tales contratos, conseguidos por el
historiador Ángel Viñas, que hasta ahora estaban inéditos, a pesar
de encontrarse en archivos españoles, “quizá negligentemente
olvidados o convenientemente evitados”, explica el coordinador
Francisco Sánchez.
4.
No existen las dos Españas destinadas a enfrentarse. El hecho de
que la ejecución del golpe de Estado dependiera de la llegada del
armamento italiano permite al historiador Ángel Viñas desmontar
otro mito repetido cientos de veces: la guerra civil no se produjo
simplemente por cuestiones internas sino que contó con la
connivencia de la Italia fascista, sin la cual “aquel golpe medio
conseguido, medio fracasado” no se hubiese transformado en una
guerra civil.
La
participación italiana no se produce, por tanto, una vez iniciada la
contienda sino que su apoyo previo al golpe fue fundamental para las
esperanzas golpistas. Los contratos conseguidos por Viñas muestran
como Italia facilitó a España “más de 40 aviones, miles de
bombas, gasolina etilada, ametralladoras y proyectiles” sin los
cuales los militares sublevados no hubieran podido iniciar una guerra
civil.
“Esta
tesis desbarata completamente la idea apocalíptica que ha acompañado
durante décadas, y que creó cuerpo historiográfico, de las dos
Españas destinadas a enfrentarse, del guerracivilismo como una
realidad endémica del país y en particular de que hubiese una
guerra civil no declarada dentro de la sociedad española en los años
treinta”, escribe Sánchez.
5.
Los civiles monárquicos jugaron un papel crucial. El golpe del
18 de julio no solo fue obras de militares sino también de civiles,
en particular de los monárquicos de Calvo Sotelo, que tuvieron un
papel sustancial para que el golpe triunfase, y no meramente de
apoyo. “Sin la trama civil interna, en una palabra, los militares
golpistas quizá no hubiera tenido existo”, escribe Viñas.
La
importancia de los civiles radica en tres aspectos. En primer lugar,
sin el apoyo del partido alfonsino, Renovación Española liderado
por Calvo Sotelo, los golpistas probablemente nunca hubieran
conseguido el apoyo armamentístico de la Italia fascista. En segundo
lugar, la trama civil, según argumenta Viñas, fue fundamental para
la preparación de la sublevación de Franco en los términos exactos
que este había diseñado para Canarias.
En
tercer y último lugar, la trama civil fue esencial para crear las
condiciones necesarias y suficientes para que pudiera florecer el
movimiento insurrecional. La responsabilidad, en este caso, recaía
en políticos y grupos de acción directa que debían conseguir “la
deshumanización del adversario político”, “la provocación
sistemática de la izquierda” y el estímulo y excitación de los
propios partidarios”.
6.
La defensa de la Iglesia y del catolicismo no existió en el diseño
y ejecución del golpe. Entre las motivaciones alegadas por los
militares en sus bandos de guerra iniciales de julio de 1936
(incluido el del propio Franco) no se cita ni una sola vez la
recurrente “persecución religiosa” ni tampoco hay clérigos
entre los conspiradores. “Nadie se creía en julio de 1936 que los
militares rebeldes comenzasen semejantes fusilamientos masivos en
defensa de la religión”, opina Sánchez.
La
propaganda religiosa no empezó hasta septiembre de 1936. No fue
hasta bastantes días después cuando la propaganda de los rebeldes
utiliza la defensa de la religión para justificar la guerra civil.
Otra cosa es la postura de la mayoría de los obispos, que apoyaron
el golpe casi de inmediato, ofreciendo un respaldo ideológico
formidable motivados, en su mayoría, por la defensa de sus
privilegios casi feudales. Los obispos españoles fueron los
encargados de bautizar a la guerra como cruzada, pero cabe recordar
que ningún papa utilizado el término cruzada para referirse a la
guerra civil.
Mucho
más que la religión, la justificación invocada por los golpistas
era la amenaza de la revolución comunista y la de defensa de la
nación española frente a los separatismos. La defensa de la
religión no se sitúa en el mismo escalón que la defensa de la
patria hasta el 8 de septiembre cuando fue publicado en el Boletín
Oficial de la Junta de Defensa de Burgos.
7.
No había ninguna revolución comunista en marcha. Durante 39
años de dictadura franquista, el régimen señaló repetidamente que
la sublevación militar fue la respuesta aun inminente levantamiento
comunista. El anticomunismo sirvió a Franco para legitimar la
insurrección contra el gobierno legítimo, presentándola como una
contrarrevolución preventiva.
Basta
para desmentir estas teorías conspiratorias la propia declaración
del entonces embajador estadounidense, Claude Bowers, que recoge la
obra: “A aquellos que fuera de España después tuvieron que
escuchar con machacona insistencia la calumnia fascista de que la
rebelión era para impedir una revolución comunista, puede
sorprenderles saber que durante tres años y medio nuca oí semejante
sugestión de nadie, mientras, por el contrario, todos hablaban
confidencialmente de un golpe de Estado militar”.
Los
motivos que llevaron a la sublevación a los militares fue frenar en
seco las reformas progresistas, y democráticas, diseñadas en el
primer bienio de la II República. Es decir, la reforma agraria, los
estatutos de autonomía y la reforma militar. De hecho, a pesar de
la existencia de muchos discursos revolucionarios en la España de
los 30, no solo obreros sino también burgueses, ninguna organización
republicana u obrera se puso manos a la obra para subvertir el orden
constitucional en la primavera de 1936.
8.
El golpe de Estado militar sí que prevé un plan de conquista del
poder y de la guerra. Las derechas contrarrevolucionarias o
antiliberales y ciertos sectores militares sí se pusieron manos a la
obra para subvertir el orden constitucional y recabaron con éxito la
intervención internacional de la Italia fascista antes del golpe, es
decir, hicieron todo aquello de lo que acusaban falsamente a la
izquierda republicana y obrera. Prueba de ellos son los contratos
anteriormente mencionados; los planes de Mola que hacían referencia
a una sublevación “sangrienta” que debía llevar a las tropas
desde el extrarradio de la península a Madrid, ya que como predijo
el propio militar: el golpe fracasaría en Madrid y Barcelona.
9.
En la primavera de 1936 no existía el terror rojo. “No había
ninguna dinámica de exterminio ni liquidación de los enemigos de
clase que pudiera continuarse después del 18 de julio, es decir, no
se asesinaba a las gentes de orden”. Para demostrar esta afirmación
y desmontar el mito del terror rojo en la primavera del '36, el
coordinador de la obra Francisco Sánchez recurre a los datos. El
número de empresarios y propietarios que fueron asesinados en los
meses anteriores al 18 de julio es ínfimo y el de religiosos
inexistente. “Por lo que sabemos murieron más empresarios entre
1919 y 1923 en toda España que en la primavera de 1936”, asegura
Sánchez, quien añade que en 1923 fue asesinado un arzobispo y un
cardenal (Soldevila). “Lo que no ocurrió en toda la República”,
sentencia.
10.
La URSS o la Komintern no planeaban ninguna intervención en España.
La Unión Soviética, en contacto directo con el PCE, no tenía
prevista una intervención revolucionaria en España. De hecho, en
ningún lugar de Europa entre 1918 y 1939 triunfó ninguna revolución
obrera ni hubo ninguna “expansión comunista”, pues el comunismo
“no pudo o no supo salir de la URSS”.
Las
pruebas que en este sentido ofrecieron los conspiradores fueron una
serie de documentos cuya autoría se desconoce a “ciencia cierta”,
pero que “diversos indicios permiten endosárselas al propio Mola”.
Estos documentos venían a señalar el inicio de una revolución
soviética en el verano del '36. No obstante, una vez iniciada la
guerra, esos documentos que habían sido el hazmerreír de muchos
cuando se hicieron públicos, se transformaron en una de las
principales herramientas propagandísticas del bando franquista. “Y
sorprendentemente, todavía hoy continúan siendo esgrimidos por
algunos para justificar la rebelión militar”, sentencia Sánchez.
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