“LAS RAPADAS. El franquismo
contra la mujer”. Autor: Enrique González Duro, psiquiatra. Editorial Siglo XXI.
Son pocos los libros que han mostrado la represión ejercida sobre las mujeres
republicanas. Ellas fueron víctimas de abusos institucionalizados y
sistemáticos que tenían como objetivo demonizar el estereotipo de feminidad que
había comenzado a extenderse durante la Segunda República –que permitía un
cierto escape respecto a la rigidez previa y, aun más, respecto a la que vino
después.
Mientras que ellos habían caído
en el frente, habían sido ejecutados o huían ante la llegada de los sublevados,
ellas permanecían en los pueblos, a cargo de sus familias, en miseria, y eran,
muchas de las veces, juzgadas en tribunales militares en los que se decidía qué
mujeres debían ser vejadas y marcadas por haber contribuido al derrumbe de la
moral. Así se extendió el corte de pelo al rape y la ingesta de aceite de
ricino para provocarles diarreas y pasearlas por las principales calles de las
poblaciones «liberadas», acompañadas por bandas de música. No se trataba tanto
de apartar o perseguir al enemigo, sino, más bien, de exhibir a una especie de
«deformidad» generada en la República. Era algo más que un abuso ejercido sobre
las mujeres, fue un ataque a un modelo de mujer libre e independiente.
Publicamos hoy en nuestro blog
para no olvidar lo que nos ocurrió un 18 de julio un fragmento de una entrevista
a Enrique González Duro, psiquiatra y
autor de “Las rapadas. El franquismo
contra la mujer”, que nos recuerda una vez más, la importancia de la
memoria y la necesidad de NUNCA olvidar nuestra historia inmediata.
P.- ¿Qué le llevó a usted a interesarse por la historia de la guerra y
en particular por la historia de las mujeres republicanas?
E. G. Es importante saber quién
eres y de dónde vienes para poder decidir a donde vas. Mi padre, que también
era médico y un hombre de derechas, trabajó en la posguerra en el puesto de
médico de la cárcel de Jaén durante un año. La mayoría de los presos políticos
que llegaban al centro habían sido torturados y mi padre daba parte de la
situación en que los encontraba. Por ese motivo le amenazaron desde el Gobierno
Civil y le echaron. El silencio era obligatorio en la derecha y en la izquierda.
Nada que fuera mínimamente crítico se podía siquiera mencionar. En el año 47,
siendo yo un niño, presencié un desfile de mujeres republicanas rapadas por las
calles de Jaén. Iban sucias y cagadas porque antes también las habían obligado
a ingerir aceite de ricino para que se descompusieran. Les hacían fotos que
ponían en las peluquerías y bares. Para las víctimas aquello era peor que una
violación. Su escarnio era un espectáculo público. Yo preguntaba sobre aquello
y nadie me respondía. Luego, todo el mundo lo olvidó, pero quienes olvidan su
historia inmediata para “no meterse en líos”, suelen acabar repitiéndola de
alguna manera.
P.- Toda una generación de mujeres con aspiraciones de ser libres que
habían luchado en la guerra del lado republicano quedó aislada, primero con la
guerra, luego con la dura represión y después con los cuarenta años de
silencio. ¿Cómo nos ha condicionado esa situación a las nuevas generaciones de
mujeres españolas? ¿Y a los varones?
E.G. Esa represión ha
condicionado a varias generaciones de mujeres y hombres y hoy continúa latente.
Siempre han acusado a estas mujeres libres de ser las causantes de la
destrucción de la familia. De lo que ellos entienden por familia. Desean una
mujer sumisa que se someta, que se sacrifique. Son representaciones mentales
que tiene hasta mucha gente de izquierdas.
P.- El franquismo ejerció una violencia extrema contra las mujeres
republicanas, en particular, pero también una represión feroz sobre las mujeres
que deseaban ser independientes, en general. ¿Qué explicación psicológica tiene
ese abuso institucionalizado del franquismo contra la mujer?
E. G. Las mujeres independientes
simbolizaban lo que ellos odiaban más por sus propios complejos. Les resultaban
muy amenazantes. Había que darles un buen escarmiento porque creían que una
mujer que vive a su libre albedrío se convierte en puta. Demonizaron a las
milicianas y también persiguieron a las enfermeras que fueron sustituidas
mayoritariamente por monjas. Para ellos el único destino posible de la mujer
era ser madre. Obligaron a varias generaciones de mujeres a interiorizar que
eran menos inteligentes y capaces que el hombre. No sirvió. Con la llegada en
el año 66 de los anticonceptivos comenzó la revolución femenina y fue
imparable: la mujer por fin tuvo la posibilidad de decidir cuándo tener
descendencia. El sexo ya no tenía por qué ir unido al temor de un embarazo no
deseado. El discurso de las feministas, a las que tanto se ha ridiculizado, es
seguramente el que más ha calado en nuestra sociedad. Desde entonces, las
chicas españolas han evolucionado mucho y están más liberadas en lo sexual que
el resto de las europeas. Es lo que se llama el efecto rebote.
P.- Detalla usted en su libro las acciones específicas contra la mujer
llevadas a cabo por el bando triunfador: violación, abusos de todo tipo,
violencia, secuestro de sus hijos… Miles de niños con padres republicanos
fueron segregados y educados a favor del régimen en instituciones religiosas
y/o entregados a familias simpatizantes del régimen. Luego esa práctica ha
continuado hasta la década de los ochenta con familias desfavorecidas. ¿Quedan
hoy muchos españoles que no conozcan su verdadera identidad?
E. G. Hay muchos más de los que
podíamos sospechar. En un primer momento ocurrió como ahora estamos viendo que
pasó en Argentina: robaban a los bebés, mataban a los padres opositores al
régimen y entregaban a los niños a sus simpatizantes o a instituciones
religiosas. Eso evolucionó con el tiempo y algunos quisieron hacer negocio y
siguieron quitando niños a familias con pocos recursos a las que se decía que
el niño había muerto. También con falsas propuestas de ayuda sustraían los
hijos a madres en dificultades, principalmente solteras embarazadas a las que
rechazaban hasta sus propias familias. Monjas
como sor María Gómez Valbuena, hasta la fecha, única imputada por el robo de
bebés, había en clínicas de toda España. Y detrás, muy probablemente, toda una
trama de notarios, enfermeras y médicos como el doctor Ignacio Villa Elizaga
vinculado al Opus, vocal de la Comisión Deontológica del Ilustre Colegio
Oficial de Médicos de Madrid y padre del actual director general de Radio
Televisión Castilla–La Mancha, Nacho Villa.
P.- La impunidad ha sido hasta hoy la regla para tratar a los
responsables de esas barbaridades. Como psiquiatra, ¿la mejor mentira es
preferible a la peor verdad?
E. G. Todos necesitamos saber de
dónde venimos y cuando la mentira ha formado parte de lo cotidiano, más si
cabe. La sospecha y la curiosidad que sienten los que han sufrido esas
situaciones les obliga a buscar. Es preciso madurar la situación. Al principio,
puede ocurrir que al enfrentarse con los hechos, los hijos o nietos rechacen a
su familia biológica. Con el tiempo, la verdad es mejor siempre, por dolorosa
que sea.
Lo mismo les sucede a quienes
buscan a sus familiares en las cunetas donde fueron asesinados en la guerra y
posguerra española. Necesitan saber, cerrar esa brecha afectiva. El rechazo de
un sector de la población se produce porque ese pasado pertenece a los hijos y
nietos de los vencidos, pero también a los descendientes de los vencedores.
P.- En el libro abundan los testimonios de mujeres de todas las edades
republicanas o familiares de republicanos a las que se rapaba el pelo al cero y
se las obligaba a ingerir aceite de ricino como medida represiva. La cabellera
femenina parece que sigue siendo objeto de todo tipo de controversias. Hoy se
critica la costumbre de cubrirse el cabello con velos a las mujeres musulmanas
pero, hasta hace unas pocas décadas, las españolas debían acudir a la iglesia
con velo. ¿Qué significado psicológico tiene el cabello femenino que causa
tantas proyecciones? ¿Es comparable la represión que sufrían entonces las
españolas con la que sufren hoy las musulmanas?
E. G. El cabello de la mujer es
un signo de feminidad y por eso se ensañaron tanto los fascistas rapándolas. A
las Trece Rosas, antes de asesinarlas, las pelaron al cero. Los franquistas
consideraban que no merecían ser mujeres, ni tener su apariencia.
Las mujeres españolas usaron velo
durante varias décadas para entrar en las iglesias. El control social sobre su
atuendo fue tremendo; debemos recordar también el luto riguroso que usaban
muchas mujeres en los pueblos. Los pañuelos que cubrían sus cabezas… Con un
poco de mala suerte, toda la vida de negro, con lo que eso suponía, de no poder
participar en ninguna diversión… Hay mucha hipocresía. Nadie critica a una
monja porque vaya tapada por una cuestión religiosa. Sin embargo, a una niña se
le prohibe asistir al instituto porque lleva velo. No se puede acabar con esto
por decreto. Solo es cuestión de tiempo y cultura que esas chicas se liberen
voluntariamente de las imposiciones religiosas. Lo hicimos aquí. La sociedad
europea es cada día más laica. Mucho más que EEUU y, desde luego, que los
países musulmanes.
P.- Hay quien siente cierta nostalgia por la castradora y rigurosa
educación que recibieron las mujeres españolas durante varias décadas con el
franquismo. La Iglesia, que cuenta con la mayor subvención del estado para
educar a la infancia en este país, reclama el retorno a viejas tradiciones. Los
más integristas incluso han vuelto a segregar en las escuelas a niños y niñas.
¿Qué le parecen esas opciones desde el punto de vista psicológico?
E. G. Nefasta. Es volver a
introducir el germen de la guerra de sexos. Convertirán a esas niñas y niños en
monstruitos con problemas psicológicos. Los padres y los políticos que
invierten dinero público en esto serán los responsables.
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